De la crisis a la corrupción Pag 190 del libro IMPERIO del Michael
Hurdt y Antonio Negri
Al comienzo de la segunda parte elaboramos
la noción de la soberanía moderna entendida como crisis: Una crisis definida en
virtud del perpetuo conflicto entre, por un lado, el plano de las fuerzas
inmanentes del deseo y la cooperación de las masas y, por el otro,
la autoridad trascendente que procura
contener esas fuerzas e
imponerles un orden. Ahora
podemos ver que la soberanía imperial, en cambio,
no se organiza
alrededor de un conflicto
central, sino más bien a través de una red flexible de micro conflictos. Las
contradicciones de la sociedad imperial son evasivas, proliferantes y no
localizables: son contradicciones que están en todas partes. Antes que crisis,
el concepto pues que define la soberanía imperial seria la omnicrisis o, como
preferimos llamarla, la corrupción. Es un lugar común de la bibliografía clásica
sobre el imperio, desde Polibio a Montesquieu y Gibbon, afirmar que el imperio
es desde el comienzo decadente y corrupto.
Esta terminología puede malinterpretarse fácilmente.
Es importante aclarar que, al definir la soberanía imperial como corrupción, no
tenemos la menor intención de hacer una acusación moral. En realidad, el uso contemporáneo
y moderno dado a la expresión corrupción
la ha convertido en un concepto pobre para nuestros propósitos. Hoy se lo
utiliza habitualmente para referirse a lo pervertido, a aquello que se desvía
de lo moral. Lo bueno y lo puro. Pero nosotros utilizamos este concepto para
referirnos a un proceso más general de descomposición o mutación que carece de
esos matices morales y lo hacemos inspirándonos en un uso antiguo que en gran
medida se ha perdido. Aristóteles, por
ejemplo, entendía por corrupción un devenir de los cuerpos que es el proceso
complementario de la generación. Podemos pues concebir la corrupción como degeneración,
como el proceso inverso de la generación y composición, un momento de
metamorfosis que potencialmente libera los espacios y permite el cambio.
Debemos olvidarnos aquí de todas las imágenes o lugares comunes que se nos
presentan cuando nos referimos a la decadencia, la corrupción y la degeneración
imperiales. Tal moralismo esta fuera de lugar en esta argumentación que se
refiere fundamentalmente a la forma, en otras palabras, a la idea de que el
imperio se caracteriza por una fluidez de la forma: un flujo y reflujo de formación
y deformación, de generación y degeneración. Decir que la soberanía imperial se
define por la corrupción significa, por
un lado, que el imperio es impuro. Decir que la soberanía imperialse define por
la corrupción significa, por un lado, que el imperio es impuro e hibrido y, por
el otro, que el dominio imperial funciona en virtud de su propia ruptura (aquí la
etimología latina es precisa: corrumpere alterar
o trastrocar la forma de alguna cosa) La sociedad imperial siempre y en todas
partes se esta quebrando, pero esto no significa necesariamente que tal situación
lo lleve a la ruina. Del mismo modo que la crisis de la modernidad, tal como la
definimos en nuestra caracterización, no indicaba ningún colapso inminente o
necesario, la corrupción del imperio no indica ninguna teleología, ni un fin
perentorio. En otras palabras, la crisis de la soberanía moderna no fue temporal
ni excepcional (como podría ser la crisis del derrumbe del mercado en 1929),
sino que, antes bien, constituyo la norma de la modernidad. De manera similar,
la corrupción no es una aberración de la soberanía imperial, sino constituye su
esencia misma y su modus operandi. La
economía imperial, por ejemplo, funciona precisamente a través de la corrupción
y no pude hacerlo de otra manera.
Ciertamente hay una tradición que considera que la corrupción es el defecto trágico
del imperio, el accidente sin el cual el imperio habría triunfado : piénsese en
Shakespeare y en Gibbon como dos ejemplos muy diferentes. Nosotros, en cambio,
vemos la corrupción no como algo accidental, sino como algo necesario. O, para
decirlo más precisamente, el imperio requiere que todas las relaciones sean
accidentales. El poder imperial se funda en la ruptura de toda relación ontológica
determinada. La corrupción es sencillamente el signo de la ausencia de
cualquier ontología. En el vacio ontológico, la corrupción se hace necesaria,
objetiva. La soberanía imperial prospera en las contradicciones proliferantes a
que da lugar la corrupción, se estabiliza en virtud de sus inestabilidades, de
sus impurezas y su mezcla, encuentra la calma en el pánico y las angustias que
ella misma engendra continuamente. La corrupción da nombre al perpetuo proceso
de alteración y metamorfosis, la fundación antifundacional, el modo deontológico
de ser.
Hemos llegado pues a formular una serie de
distinciones que marcan conceptualmente el paso de la soberanía imperial del
pueblo a la multitud, de la oposición dialéctica al manejo de las
hibridaciones, del lugar de la soberanía moderna al no lugar del imperio, de la
crisis a la corrupción (continuara)…http://www.ddooss.org/articulos/textos/Imperio_Negri_Hardt.pdf
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