domingo, 1 de diciembre de 2013

DE LA CRISIS A LA CORRUPCION

De la crisis a la corrupción         Pag 190 del libro IMPERIO del Michael Hurdt y Antonio Negri
Al comienzo de la segunda parte elaboramos la noción de la soberanía moderna entendida como crisis: Una crisis definida en virtud del perpetuo conflicto entre, por un lado, el plano de las fuerzas inmanentes del deseo y la cooperación de las masas y, por el  otro,  la  autoridad  trascendente que  procura  contener esas  fuerzas  e  imponerles  un orden. Ahora podemos  ver que la  soberanía imperial, en  cambio,  no  se  organiza   alrededor de un  conflicto central, sino más bien a través de una red flexible de micro conflictos. Las contradicciones de la sociedad imperial son evasivas, proliferantes y no localizables: son contradicciones que están en todas partes. Antes que crisis, el concepto pues que define la soberanía imperial seria la omnicrisis o, como preferimos llamarla, la corrupción. Es un lugar común de la bibliografía clásica sobre el imperio, desde Polibio a Montesquieu y Gibbon, afirmar que el imperio es desde el comienzo decadente y corrupto.
Esta terminología puede malinterpretarse fácilmente. Es importante aclarar que, al definir la soberanía imperial como corrupción, no tenemos la menor intención de hacer una acusación moral. En realidad, el uso contemporáneo y moderno dado a la expresión corrupción la ha convertido en un concepto pobre para nuestros propósitos. Hoy se lo utiliza habitualmente para referirse a lo pervertido, a aquello que se desvía de lo moral. Lo bueno y lo puro. Pero nosotros utilizamos este concepto para referirnos a un proceso más general de descomposición o mutación que carece de esos matices morales y lo hacemos inspirándonos en un uso antiguo que en gran medida se ha perdido. Aristóteles,  por ejemplo, entendía por corrupción un devenir de los cuerpos que es el proceso complementario de la generación. Podemos pues concebir la corrupción como degeneración, como el proceso inverso de la generación y composición, un momento de metamorfosis que potencialmente libera los espacios y permite el cambio. Debemos olvidarnos aquí de todas las imágenes o lugares comunes que se nos presentan cuando nos referimos a la decadencia, la corrupción y la degeneración imperiales. Tal moralismo esta fuera de lugar en esta argumentación que se refiere fundamentalmente a la forma, en otras palabras, a la idea de que el imperio se caracteriza por una fluidez de la forma: un flujo y reflujo de formación y deformación, de generación y degeneración. Decir que la soberanía imperial se define por la corrupción  significa, por un lado, que el imperio es impuro. Decir que la soberanía imperialse define por la corrupción significa, por un lado, que el imperio es impuro e hibrido y, por el otro, que el dominio imperial funciona en virtud de su propia ruptura (aquí la etimología latina es precisa: corrumpere alterar o trastrocar la forma de alguna cosa) La sociedad imperial siempre y en todas partes se esta quebrando, pero esto no significa necesariamente que tal situación lo lleve a la ruina. Del mismo modo que la crisis de la modernidad, tal como la definimos en nuestra caracterización, no indicaba ningún colapso inminente o necesario, la corrupción del imperio no indica ninguna teleología, ni un fin perentorio. En otras palabras, la crisis de la soberanía moderna no fue temporal ni excepcional (como podría ser la crisis del derrumbe del mercado en 1929), sino que, antes bien, constituyo la norma de la modernidad. De manera similar, la corrupción no es una aberración de la soberanía imperial, sino constituye su esencia misma y su modus operandi. La economía imperial, por ejemplo, funciona precisamente a través de la corrupción  y no pude hacerlo de otra manera. Ciertamente hay una tradición que considera que la corrupción es el defecto trágico del imperio, el accidente sin el cual el imperio habría triunfado : piénsese en Shakespeare y en Gibbon como dos ejemplos muy diferentes. Nosotros, en cambio, vemos la corrupción no como algo accidental, sino como algo necesario. O, para decirlo más precisamente, el imperio requiere que todas las relaciones sean accidentales. El poder imperial se funda en la ruptura de toda relación ontológica determinada. La corrupción es sencillamente el signo de la ausencia de cualquier ontología. En el vacio ontológico, la corrupción se hace necesaria, objetiva. La soberanía imperial prospera en las contradicciones proliferantes a que da lugar la corrupción, se estabiliza en virtud de sus inestabilidades, de sus impurezas y su mezcla, encuentra la calma en el pánico y las angustias que ella misma engendra continuamente. La corrupción da nombre al perpetuo proceso de alteración y metamorfosis, la fundación antifundacional, el modo deontológico de ser.

Hemos llegado pues a formular una serie de distinciones que marcan conceptualmente el paso de la soberanía imperial del pueblo a la multitud, de la oposición dialéctica al manejo de las hibridaciones, del lugar de la soberanía moderna al no lugar del imperio, de la crisis a la corrupción (continuara)…http://www.ddooss.org/articulos/textos/Imperio_Negri_Hardt.pdf

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