martes, 12 de junio de 2018

Yo vivo de preguntar… "Yo vivo de preguntar, saber no puede ser lujo…" “¿Qué fue del buen samaritano? Naciones ricas, políticas pobres”: Un análisis de la doble moral de los países poderosos leave a comment »
Utilizando la parábola bíblica, el autor, Ha-Joon Chang, compara la situación de los países empobrecidos con la del hombre robado, a quien nadie ayudó, sólo un buen samaritano, encarnado por los países ricos; pero, a diferencia de la metáfora, éstos no parecen ayudar desinteresadamente En teoría, los países ricos e instituciones como el FMI, el Banco Mundial y la OMC, quieren que todas las naciones se conviertan en sociedades industriales modernas. En la práctica, sin embargo, los que están arriba “retiran la escalera” hacia la riqueza por la que ellos mismos subieron, asegura el economista coreano Ha-Joon Chang. ¿Por qué? Al parecer los gobiernos e instituciones ricos y poderosos son “malos samaritanos”: les proponen a los países pobres que sigan la senda más ortodoxa del libre mercado en una particular relectura de sus propias historias, ya que ellos llegaron al desarrollo a través de economías mixtas y con políticas proteccionistas. Según el autor, toda esta maniobra está dirigida a sacar de competencia a los países en desarrollo, a la vez que los mantienen ilusionados con la bondad de sus benefactores. En el libro se enfatiza que las naciones poderosas no sólo no lo fueron siempre, sino que usaron vías de desarrollo que no quieren compartir ni aplicar a aquellos a quienes “benefician” en la actualidad. Ha-Joon Chang contrasta el camino hacia el éxito emprendido por países económicamente boyantes con el actual camino que están dictando a las naciones más pobres del mundo. En su análisis muestra los diferentes enfoques sobre el comercio y la inversión extranjera, aplicados de acuerdo al momento histórico y a cada país. Asegura además, que los tradicionales argumentos a favor de la privatización y contra la implicación del Estado distan mucho de ser demostrables en la práctica. “Un libro inteligente, vivo y provocador que nos ofrece nuevas y convincentes formas de ver la globalización”. Joseph E. Stiglitz, Premio Nobel de Economía, 2001. La obra Desde el prólogo, Chang hace una explicación clara y sucinta de los cimientos del neoliberalismo como sistema económico predominante, basado en el libre mercado: principios de dinero sólido (baja inflación), gobierno pequeño, empresa privada, libre comercio y simpatía por la inversión extranjera. Sobre su papel en los países en desarrollo, afirma que el neoliberalismo ha sido una imposición hecha por una alianza de gobiernos de países ricos, con Estados Unidos a la cabeza, y arbitrada por lo que llama: la ‘Impía Trinidad’ de organizaciones económicas internacionales que controlan en buena medida: el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y la Organización Mundial del Comercio. Los gobiernos ricos –dice- utilizan sus presupuestos de ayuda y el acceso a sus mercados nacionales como incentivos para inducir a las naciones en vías de desarrollo a adoptar medidas neoliberales (…) para beneficiar a empresas concretas que ejercen presión, pero sobretodo para crear un entorno en el país subdesarrollado en cuestión que sea favorable a los artículos e inversiones extranjeros en general”. Sobre la participación de las organizaciones multilaterales, asegura: “El FMI y el Banco Mundial hacen su papel uniendo a sus préstamos la condición de que los países receptores adopten políticas neoliberales. La OMC contribuye haciendo normas de comercio que favorecen el libre comercio en sectores en los que las naciones ricas son más fuertes, pero no en los que son débiles (por ejemplo, agricultura y textil)”. El libro enfatiza que las naciones poderosas no sólo no lo fueron siempre, sino que usaron vías de desarrollo que no quieren compartir ni aplicar en aquellos a quienes “benefician” en la actualidad: “Las naciones ricas de hoy –dice Chang- utilizaron protección y subvenciones, al mismo tiempo que discriminaban a los inversores extranjeros: todo ello anatema para la ortodoxia económica actual y ahora severamente restringido por tratados multilaterales, como los acuerdos de la OMC, y proscrito por donantes de ayuda y organizaciones financieras internacionales, especialmente el FMI y el Banco Mundial”. Esta actitud evidencia la doble moral de los países que, a su juicio, “actúan como ‘malos samaritanos’” al aprovecharse de la necesidad y vulnerabilidad de los países empobrecidos, sin percatarse de lo mucho que les afectan sus políticas. Se refiere, además, a la doble moral histórica “que supone recomendar libre comercio y libre mercado a naciones en vías de desarrollo”, equívoco difícil de detectar para quienes no conocen los intríngulis del capitalismo por la forma en la que se ha escrito su historia. Desglosando poco a poco el tema, el autor hace un recorrido por la historia “oficial” y la que él denomina “verdadera” historia de la globalización. Respecto a la primera, afirma que se originó en el siglo XVIII, cuando Gran Bretaña adoptó medidas de libre mercado y libre comercio mucho antes que otros países. En vista de su éxito, su iniciativa fue copiada por otros estados –incluyendo los tercermundistas- que empezaron a liberalizar su comercio y desregular sus economías nacionales. Este orden mundial liberal estaba basado en políticas industriales de laissez-faire, aranceles bajos a los flujos internacionales de artículos, capital y mano de obra y estabilidad macroeconómica, a nivel tanto nacional como internacional, y presupuestos equilibrados que garantizaron una prosperidad sin precedentes. El autor critica que esta versión “oficial” sea aceptada por la mayoría: “Se supone –dice- que debe ser la hoja de ruta para los diseñadores de políticas en el gobierno de sus países hacia la prosperidad. Por desgracia, pinta un cuadro fundamentalmente engañoso, distorsionando nuestra comprensión de cuáles son nuestros orígenes, dónde nos encontramos ahora y hacia dónde podemos estar dirigiéndonos”. En contraste, asegura que el origen verdadero de la globalización fue el hecho de que los países ricos mantuvieran aranceles altos al mismo tiempo que imponían el libre comercio a naciones más débiles a través del colonialismo y los tratados desiguales, como el de Nankín en 1842, que permitió a Gran Bretaña anexar a Hong Kong a sus colonias después de la Guerra del Opio. Años más tarde, la estrategia de acelerar el crecimiento económico –en caso necesario, al precio de aumentar la desigualdad y posiblemente la pobreza- era el objetivo declarado de la reforma neoliberal, cuya globalización “no ha cumplido lo prometido en todos los frentes de la vida económica: crecimiento, igualdad y estabilidad”. A pesar de ello –se queja Chang-no dejan de decirnos cómo la globalización neoliberal ha aportado unas ventajas sin precedentes”. Actualmente los países ricos detentan el 80% de la producción mundial, llevan a cabo el 70% del comercio internacional y efectúan entre el 70% y el 90% (dependiendo del año) de todas las inversiones extranjeras directas. Esto significa que sus políticas nacionales influyen muchísimo en la economía mundial. El libre comercio fue a menudo impuesto a, en lugar de elegido por, los países más débiles. La mayoría de naciones que tuvieron elección no optaron por el libre comercio más que por breves períodos. Prácticamente todas las economías efectivas, desarrolladas y en vías de desarrollo, alcanzaron el lugar que ocupan mediante una integración selectiva y estratégica en la economía mundial, más que a través de una integración global sin condiciones. El rendimiento de los países subdesarrollados fue mucho mejor cuando disfrutaron de una buena dosis de autonomía política, durante los llamados por el autor “malos tiempos del pasado” de industrialización dirigida por el Estado, que cuando se vieron completamente privados de ella durante la primera globalización (en la era del dominio colonial y los tratados desiguales) o cuando tuvieron mucha menos autonomía política, como en el último cuarto de siglo. Bajo el supuesto de que las personas cuidan más y mejor aquello que les pertenece (por lo que pagan) que lo que no, empezó a insistirse en la conveniencia de la privatización como elemento clave del éxito de la globalización. Chang critica la tendencia neoliberal de asociar las propiedades estatales con precariedad, falta de estabilidad y mal funcionamiento, y privilegiar las privadas adjudicándoles bondades en rentabilidad y confianza. Sin embargo, da una serie de consejos para “privatizar” empresas del sector público no muy eficientes cuando afirma que “se deben vender las empresas adecuadas, al precio adecuado, a la escala adecuada, en el momento propicio y a los compradores adecuados, es decir, aquellos que tengan verdaderamente la capacidad de mejorar su productividad a largo plazo”, aunque no es una práctica que realmente recomiende. A lo largo del libro, el autor hace diversas disertaciones relacionadas sobre temas como la propiedad intelectual y, especialmente, la corrupción y sus consecuencias en el desarrollo económico: “La corrupción suele existir porque hay demasiadas fuerzas del mercado, no demasiado pocas, dice. Los países corruptos tienen mercados secundarios en cosas inadecuadas como contratos, empleos y licencias del gobierno. De hecho, sólo después de ilegalizar la venta de cosas como cargos gubernamentales las naciones ricas de hoy podrían reducir considerablemente la especulación mediante el abuso de cargo público”. Según el escritor, a diferencia de lo que dicen los neoliberales, mercado y democracia chocan en un nivel fundamental: la democracia funciona sobre el principio de ‘una persona, un voto’, mientras el mercado funciona con el de ‘un dólar, un voto’. La primera confiere igual peso a todas las personas, sin reparar en el dinero que tengan, mientras el segundo da más peso a la gente más rica. Explica cómo la mayoría de los que llama “liberales decimonónicos” se oponían a la democracia al afirmar que permitiría a la mayoría pobre introducir medidas que explotarían a la minoría rica (como la nacionalización de la propiedad privada), destruyendo el incentivo para la creación de riqueza. Influenciadas por ese pensamiento, todas las naciones ricas de hoy otorgaron inicialmente derecho al voto sólo a aquellos que poseían bienes o ingresos suficientes para pagar más de un determinado número de impuestos. Chang no deja, sin embargo, de referirse a la corrupción y la ausencia de democracia como problemas de muchos países en vías de desarrollo. Este análisis no deja escapar un tema que se estudia más bien poco: la relación entre la cultura y el desarrollo económico. Convertida en la moderna y recurrente justificación para explicar el fracaso del desarrollo en algunos países, ha tomado peso gracias a la reciente popularidad de la idea de un “choque de civilizaciones”. En el libro se afirma que muchas conductas con respecto al trabajo tienen que ver con la posibilidad o no de acceder a él y no con una característica de la cultura per se: “No es que los países sean pobres porque quienes les habitan sean perezosos –dice Chang- es que son ‘perezosos’ porque no tienen trabajo y no hay nada qué hacer”. Es importante reconocer que la cultura cambia con el desarrollo económico, que es causa y consecuencia a la vez. Sin embargo, enfatiza el autor, esto no equivale a decir que podemos cambiar la cultura sólo con alterar las condiciones económicas subyacentes. ¿Qué fue del buen samaritano? termina con un secreto a voces: la competencia económica global es un juego de jugadores desiguales. Para cambiarla, habría que elaborar unas condiciones económicas más equilibradas, por ejemplo, permitir a los países pobres proteger y subvencionar a sus productores más enérgicamente e imponer regulaciones más estrictas a la inversión extranjera. Las políticas neoliberales están haciendo que las naciones subdesarrolladas crezcan más despacio de como lo harían de otro modo, pero incluso los ‘malos samaritanos’ podrían salir ganando a largo plazo si autorizaran políticas alternativas que permitieran a los países en vías de desarrollo crecer más deprisa. Pero Chang abre una pequeña ventana a la indulgencia: afirma que muchos malos samaritanos lo son a veces no por una maldad real, sino por lo fácil que es creer en ideas preconcebidas y no atreverse a ir mucho más allá de lo aparente. Expone, por su parte, “el hecho de que las naciones ricas no se comportaran como malos samaritanos por lo menos una vez en el pasado- entre el Plan Marshall y el ascenso del neoliberalismo en la década de 1970”, aunque reconoce que ese “buen samaritanismo” pudo haber sido hipócrita y motivado, en parte, por la Guerra Fría, que exigía que los países capitalistas se portaran amablemente con las naciones pobres, so pena de que éstas últimas se pasaran “al otro bando”. De todos modos, los países empobrecidos siguen indefensos y vulnerables como el hombre de la parábola. Y seguimos preguntándonos ¿Qué fue del buen samaritano? El autor Ha-Joon Chang es un economista de Cambridge que, durante las dos últimas décadas, ha enseñado e investigado sobre el desarrollo económico y la globalización. Ha asesorado al Banco Mundial, el Banco de Desarrollo Asiático, varias agencias de las Naciones Unidas y los gobiernos de Brasil, Canadá, Japón, Sudáfrica, Reino Unido y Venezuela. Ha publicado numerosos artículos y libros, entre ellos Retirar la escalera: la estrategia del desarrollo en perspectiva histórica, que ganó el Premio Myrdal en 2003. Ha sido traducido a siete idiomas. En 2005, él y Richard Nelson, de la Universidad de Columbia, recibieron el Premio Leontief. Forma parte del consejo editorial del Cambridge Journal Economics desde 1992. Publicado en: http://www.intermonoxfam.org/es/page.asp?id=2005&ui=10381 Escrito por Nubia Esmeralda Rojas G. para Intermon Oxfam (Barcelona)


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