miércoles, 30 de octubre de 2013

Imperio

Imperio

Prefacio
El Imperio se está materializando ante nuestros propios ojos. Durante las últimas décadas, a medida que se derrumbaban los regímenes coloniales, y luego, precipitadamente, a partir de la caída de las barreras interpuestas por los soviéticos al mercado,  capitalista mundial, hemos asistido a una globalización irreversible e implacable de los intercambios económicos y culturales. Junto con el mercado global y los circuitos globales de producción surgieron un nuevo orden global, una lógica y una estructura de dominio nuevas: en suma, una nueva forma de soberanía. El imperio es el sujeto político que efectivamente regula estos intercambios globales, el poder soberano que gobierna el mundo.
Muchos sostienen que la globalización de la producción y el intercambio capitalistas significa que las relaciones económicas se han hecho más autónomas con respecto de los controles  políticos y, en consecuencia, que la soberanía política está en decadencia. Algunos ensalzan esta nueva era como la de la liberación de la economía capitalista de las restricciones y deformaciones que le habían impuesto las fuerzas políticas; otros le critican haber cerrado los canales institucionales a través de los  cuales los trabajadores y ciudadanos pueden influir en la fría lógica de la ganancia capitalista u oponerse a ella. Indudablemente es cierto que, en concordancia con los procesos de globalización, la soberanía del los Estados-nación, si bien continua siendo efectiva, ha ido decayendo progresivamente. Los factores primarios de producción e intercambio –el dinero, la tecnología, las personas y los bienes—cruzan cada vez con mayor facilidad las fronteras nacionales, con lo cual es Estado-nación   tiene cada vez menos poder  para regular esos flujos y para imponer  su autoridad en la economía.  Ya ni siquiera deberíamos concebir a los  Estado-nación  mas dominantes  como autoridades supremas o soberanas , ni fuera de sus fronteras ni tampoco dentro de ellas. La decadencia de la soberanía de los Estados-nación no implica, sin embargo, que la soberanía como tal haya perdido fuerza.1 Durante todo el tiempo que se produjeron las transformaciones contemporáneas, tanto los controles políticos y las funciones del Estado como los mecanismos reguladores continuaron gobernando el ámbito de la producción y el intercambio económico y social. Nuestra hiposis básica consiste en que la soberanía ha adquirido una forma nueva, compuesta por una serie de organismos nacionales y supranacionales unidos por una lógica de dominio. Esta nueva forma global de soberanía es lo que llamamos <<imperio>>.
La declinante soberanía de los Estados-nación y su creciente incapacidad para regular los intercambios económicos y culturales es en realidad uno de los síntomas primarios de este imperio que comienza a emerger. La soberanía del Estado-nación fue la piedra angular de los imperialismos  que construyeron las potencias europeas  a lo largo de la era moderna , no obstante lo que hoy entendemos por << imperio >> es algo por completo diferente a del <<imperialismo>>. Las fronteras definidas por el sistema moderno de Estado-nación  fueron fundamentales para el colonialismo  y la expansión  económica europeos: Las fronteras territoriales de la nación delimitaban el centro de poder desde donde se ejercía el dominio sobre los territorios extranjeros externos, a trves de un sistema de canales  y barreras que alternativamente facilitaban y obstruían los flujos de producción y circulación. El imperialismo fue realmente un extensión de la soberanía de los Estados-nacion  europeos mas allá de sus propias fronteras . Eventualmente,  casi todos los territorios del mundo podrían dividirse en parcelas y el mapa del mundo entero aparecería codificado con colores europeos: el rojo para los territorios británicos, el azul para los franceses, el verde para los portugueses, etcétera. Donde sea que tenga sus raíces, la soberanía moderna construyo un leviatán que se extendió por encima de su dominio social e impuso fronteras territoriales jerárquicas, tanto para vigilar la pureza de su propia identidad  como para excluir todo lo diferente.   
El transito al imperio se da a partir del ocaso de la soberanía moderna. En constraste con el imperialismo, el imperio no establece ningún centro de poder y no se sustenta en fronteras o barreras fijas. Es un aparato descentrado y desterritorializador  de dominio que progresivamente incorpora la totalidad del terreno global dentro de sus fronteras abiertas y en permanente expansión. El imperio maneja identidades hibridas, jerarquías flexibles e intercambios plurales a través de redes adaptables de mandos. Los colores nacionales distintivos del mapa imperialista del mundo se han fusionado y mezclado en el arco iris global imperial.
La transformación de la moderna geografía imperialista del globo y la instauración del mercado mundial señalan una transición dentro del modo capitalista de producción. Lo más significativos es que las divisiones espaciales  de los tres mundos (el Primer mundo, el Segundo mundo y el Tercero) se han mezclado en un revoltijo tal que continuamente hallamos el Primer mundo en el Tercero, el Tercero en el Primero y ya casi no encontramos el Segundo en ninguna parte. El capital parece tener que vérselas con un mundo uniforme o, en realidad, con un  mundo definido por nuevos y complejos regímenes de diferenciación y homogeneización, desterritorializacion  y reterritorializacion. La construcción de las rutas y los limites de estos nuevos flujos globales estuvo acompañada por una nueva transformación de los procesos productivos dominantes, lo que dio por resultado una reducción del rol del trabajo industrial en fabricas, desplazado  por la prioridad que se la da hoy al trabajo comunicativo, cooperativo y afectivo. En la postmodernizacion de la economía global, la creación de la riqueza tiende aun más hacia lo que llamaremos la producción biopolitica, la producción de la vida social misma, un proceso en el cual cada vez mas lo económico, lo político y lo cultural se superponen e invierten recíprocamente.
Muchos localizan en los estados Unidos, la autoridad ultima que gobierna todos los procesos de la globalización y el nuevo orden mundial. Sus defensores consideran que los Estado unidos son el líder mundial y la única superpotencia y sus detractores denuncian a ese país como opresor imperialista. Estas dos perspectivas se basan en  el supuesto de que los estados Unidos sencillamente se pusieron el sayo del poder global que las naciones europeas habían dejado caer. Si el siglo XIX fue un siglo británico, el siglo XX fue estadounidense; o dicho de otro modo, si la modernidad fue europea, la postmodernidad es estadounidense. El cargo más irrecusable que pueden presentar sus críticos es que los estados Unidos están repitiendo las practicas de los antiguos imperialistas europeos , mientras que sus defensores juzgan que los estado Unidos son un líder mundial más eficiente y mas benévolo y que están haciendo bien lo que los europeos hicieron mal. No obstante, nuestra hipótesis básica de que ha surgido una nueva forma imperial contradice estos dos enfoques. Estados Unidos no constituye –y, en realidad, ningún Estado-nacion puede constituir—el centro del un proyecto imperialista.  El imperialismo ha terminado. Ninguna nación será el líder mundial, como lo fueron las naciones modernas europeas.
Por cierto, los Estados Unidos ocupan una posición privilegiada en el imperio, pero este privilegio no procede de sus similitudes con las antiguas potencias imperialistas europeas, sino de sus diferencia. Podemos reconocer más fácilmente tales diferencias si prestamos particular atención a los fundamentos propiamente imperiales  (no imperialistas) de la constitución de los Estados Unidos, y al decir <<constitución>> nos estamos refiriendo tanto a la Constitución forma, el documento escrito junto con sus deversas enmiendas y aparatos legales, como a la constitución material, es decir , a la formación y reformación continuas de la composición de las fuerzas sociales. Thomas  Jefferson, los autores del The federalist  y los demás fundadores ideologicos de los estados Unidos se inspiraron  en el antiguo modelo imperial; creían que estaban creando, del otro lado del Atlántico, un nuevo imperio con fronteras abiertas y en expansión, un imperio en el que el poder se distribuiría efectivamente en redes. Esta idea imperial sobrevivió y maduro a lo largo de toda la historia de la constitución de los estados unidos y ahora ha emergido en una escala global en su forma mas acabada.
Deberíamos señalar que empleamos aquí la palabra <<imperio>> no como una metáfora, lo caula exigiría demostrar las semejanzas entre el orden mundial actual y los imperios de Roma, China, el continente americano y algunos otros, sino mas bien como un concepto que requiere fundamentalmente un enfoque teorico.2  El concepto de imperio se caracteriza principalmente por la falta de fronteras: el dominio del imperio no tiene límites. Ante todo, pues, el concepto de imperio propone un régimen que efectivamente abarca la totalidad espacial o que, más precisamente, gobierna todo el mundo  <<civilizado >>. Ninguna frontera territorial limita su reino. En segundo lugar, el concepto de imperio no se presenta como un régimen histórico que se origina mediante la conquista, sino antes bien como un orden que efectivamente suspende la historia y, en consecuencia,  fija el estado existente de las cosas por toda la eternidad. En la perspectiva del imperio, ese es el modo como siempre serán las cosas y el modo como están destinadas a ser. En otras palabras, el imperio no presenta su dominio como un momento transitorio dentro del movimiento de la historia, sino como un régimen que no tiene fronteras temporales, y en este sentido,  esta más allá de la historia o en el fin de la historia. En tercer lugar el dominio del imperio opera en todo los registros del orden social. Y penetra hasta las profundidades del mundo social. El imperio no solo gobierna  un territorio y a una población, también crea el el mundo mismo que lo habita.  No solo regula las interacciones humanas, además procura gobernar directamente toda la naturaleza humana. El objeto de su dominio es la vida social en su totalidad; por consiguiente, el imperio presenta la forma paradigmática del biopoder. Finalmente, aunque la práctica del imperio esta bañada continuamente en sangre, el concepto de imperio siempre está dedicado a la paz: una paz perpetua y universal , que trasciende la historia.
El imperio que nos presenta hoy produce enormes poderes de opresión  y destrucción, pero esta realidad de ningún modo debería  hacernos sentir nostalgia por las antiguas formas de dominación. El paso al imperio y sus procesos de globalización ofrecen nuevas posibilidades a las fuerzas de liberación.  Por supuesto, l a globalización no es un solo fenómeno y los múltiples procesos que reconocemos como globalización no están unificados y no son unívocos. Nuestra tarea política, sostendremos en este libro , no es meramente resistir  a estos procesos , también es reorganizarlos y redirigirlo hacia nuevos fines. Las fuerzas creativas de la multitud que sostienen el imperio también son capaces de construir autónomamente un contra imperio, una organización política alternativa de los flujos e intercambios globales. Las luchas por combatir y subvertir el imperio, así como aquellas destinadas a construir  una alternativa real, deberán pues librarse en el terreno imperial  mismo –en realidad , estas nuevas luchas ya han comenzado a surgir--. A través de esta contiendas y muchas otras semejantes, la multitud tendrán que inventar nuevas formas democráticas y un nuevo poder constitutivo que algún dia nos conduzca a través del imperio y nos permita superar su dominio.
La genealogía que seguimos en nuestro análisis del tránsito del imperialismo al imperio será primero europea y luego estadounidense , no porque creamos que estas regiones son la fuente exclusiva o privilegiada de las nuevas ideas y de la innovación histórica, sino simplemente porque esa fue la ruta geográfica dominante a lo largo de la cual se desarrollaron los conceptos y las practicas que animan al imperio de nuestros días , en concordancia, como sostendremos luego, con el desarrollo del modo capitalista de produccion3. Mientras la genealogía del imperio  es, en este sentido, eurocéntrica , sus poderes presentes no se limitan a ninguna región. La lógica de dominio, que de algún modo se origino en Europa  y en los Estados Unidos, hoy rige las prácticas de dominación en todo el planeta. Y lo más importante es que las fuerzas que combaten al imperio y efectivamente prefiguran una sociedad global alternativa tampoco se limitan a ninguna región geográfica, aun no ha sido trazada o, más bien, está comenzando a ser diseñada hoy a través de las resistencias, las luchas y los deseos de la multitud.
Michael Hardt y Antony Negri.
En este enlace pueden leer el libro completo:

1 comentario:

  1. Exodo de la multitud mientras construimos otra epoke o sociedad, http://www.rebelion.org/noticia.php?id=10422

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